Basura espacial

Si alunizaran en la Luna visitantes de otra galaxia, sabrían que alguien estuvo allí antes. Dentro de millones de años, las huellas de los astronautas seguirán incrustadas en el polvo del suelo lunar y las más de veinte toneladas de basura de alta tecnología y alto precio abandonadas allí por los programas espaciales estadounidense y soviético, seguirán emporcando el paisaje lunar. Los visitantes de mundos lejanos verán los desechos de los programas espaciales: satélites caídos, fragmentos de cohetes, robots exploradores, buggies lunares apenas utilizados, sismógrafos, reflectores de láseres y un surtido de herramientas y piezas de equipamiento abandonado simplemente para aligerar la carga. Además, encontrarían varias medallas, una estatua conmemorativa de los astronautas que murieron en el cumplimiento del deber, una bandera de Estados Unidos, tres cámaras fotográficas, dos pelotas de golf, una fotografía enmarcada en plástico de la familia de un astronauta, un alfiler y una pluma de halcón.
Si visitaran Venus o Marte encontrarían en esos lugares parecidas señales hechas con piezas de deshecho de tecnología terrestre.

Y además está la basura de la órbita. Durante el primer paseo espacial estadounidense el astronauta Ed White dejó caer un guante en la eternidad. En 1966 Mike Collins perdió una cámara Hasselblad durante un paseo espacial; y durante una misión Apolo de 1971 salió aspirado al espacio un cepillo de dientes. Hubo un peine y un destornillador dando vueltas alrededor de la Tierra, y las estaciones espaciales soviéticas lanzan a menudos bolsas de desperdicios. Como otros muchos objetos puestos en órbita desde que se inició la era espacial en 1957, la mayoría de estos objetos han regresado a la atmósfera y han resultado incinerados. Pero literalmente miles de satélites y de naves espaciales, operativas y de otros tipos, enteras o fragmentariamente, siguen rotando alrededor de la Tierra, entre otros objetos motores auxiliares del tamaño de pequeños edificios de vecinos y la parte del módulo lunar del Apolo 10 que tiene el tamaño de un camión. El 30 de septiembre de 1988 un mínimo de 7.122 objetos, lanzados por Estados Unidos, Unión Soviética, la Agencia Espacial Europea, China, Japón e Israel, seguían allí arriba, constituyendo un peligro para otros vuelos.

Y aún están los fragmentos, diminutos cascotes de los programas espaciales, ninguno mayor de un centímetro pero lo bastante grandes para causar daños: como el trocito de pintura que chocó con el Challenger en un vuelo de 1983 e hizo un cráter de 6,35 milímetros en una ventana. Los dos telescopios de 31 pulgadas que rastrean el cielo desde el MIT en pos de restos en órbita han descubierto casi 48.000 satélites adolescentes (de entre 13 y 19 años) mayores de un centímetro. A la velocidad correcta, los objetos de este tipo que chocaran con una fase apagada de cohete, o bien, pongamos por caso, contra un traje espacial, podrían pulverizarlo, «la resultante nube de detritos, que se desperdigara por nuevas órbitas, podría fácilmente constar de 40.000 objetos del tamaño de un centímetro y 10 millones del tamaño de un milímetro. Estos trozos podrían colisionar luego con otras naves espaciales, produciendo aún más fragmentos según un crecimiento exponencial.»

En cuanto a los fragmentos menores de un milímetro, los hay en el espacio en unas cifras demasiado grandes para imaginarlas. Los pequeños impactos descubiertos en los satélites recuperados hacen pensar que «hemos creado un número comprendido entre 10.000 millones y cientos de billones de objetos orbitantes cuyo tamaño oscila entre 1 y 100 micras». Las partículas, testimonio de nuestras tentativas de explorar el universo, envuelven nuestro planeta azul en un halo de basura.

No Comments

Post A Comment

Abrir chat
Hola 👋
¿En qué podemos ayudarte?