La astronomía como necesidad en la prehistoria

Resulta curioso pensar que la observación del firmamento no es para los seres humanos primitivos una diversión ni una mera curiosidad, sino una auténtica necesidad. Utilizan su conocimiento elemental del comportamiento del cielo para, ayudándose de él, literalmente poder sobrevivir. Para el hombre prehistórico tener algunas ideas básicas sobre astronomía es más importante de lo que puede ser para el hombre actual.
La observación del cielo empieza a representar un papel importante cuando se pasa de la economía meramente dependiente de la caza a una en la que se comienzan a recolectar alimentos silvestres para descubrir poco a poco la siembra. Aunque hubo sociedades que basaban sus agriculturas en la incidencia de fenómenos tan dispares como las floraciones o las crecidas de los ríos, es muy probable que, al iniciarse en los conocimientos básicos de la astronomía, algunas de ellas pudieran utilizarlos para medir el tiempo de una forma más precisa. Esa manera de medir el tiempo se basa en el estudio de la bóveda de estrellas y sus movimientos periódicos. Paralelamente, prolifera el desarrollo de mitos y cultos estelares que tienen una importancia capital en las civilizaciones primitivas.

El hombre, desde el primer momento, percibe que en su mundo todo son ciclos. El Sol, ese disco de color amarillento que da luz y calor, sale y se oculta, dando lugar al día y a la noche. A la sucesión del día y la noche, con sus cambios de luz y calor y los ciclos de adaptación sueño-vigilia, hay que añadir, aunque con periodos de tiempo mayor, los deshielos que se producen en unas épocas y las heladas en otras, los ciclos vitales de las plantas que se marchitan y luego florecen, las mareas de los océanos que suben y bajan, las corrientes migratorias de las aves, que vuelan al Sur y luego al Norte, para luego regresar al Sur, de acuerdo con las estaciones climáticas, así como los relojes biológicos de las mujeres en sus periodos de menstruación y los de gestación de sus hijos. Las antiguas sociedades primitivas de cazadores y recolectores necesitan conocer esas periodicidades del tiempo. Como no disponen propiamente de relojes, tienen que idear sus equivalentes culturales: los calendarios, que son construcciones simbólicas que van a regular los hábitos y conductas sociales mediante el registro del tiempo.

El descubrimiento de que ciertos fenómenos se repiten, de que su tiempo es «cíclico», ejerce una fuerte atracción para todas las civilizaciones del mundo antiguo y constituye un hallazgo tan importante como el del fuego. La repetición de los hechos que suceden en la Tierra lleva a buscar conexiones entre ellos y los cambios que se producen en el cielo. Esas relaciones permiten predecir esos sucesos, con el objeto de explotarlos para sus propios intereses.
A diferencia del hombre moderno, al que le preocupa, por ejemplo, por qué llueve, aquel hombre de antaño incorpora un matiz ligeramente distinto: ¿por qué está lloviendo aquí, en este lugar y ahora? Los sucesos los experimenta, no los estudia. El hombre primitivo no observa la naturaleza, vive en ella y con ella, mira con deleite y a veces con temor el firmamento y lo utiliza para sus fines. Encuentra un gran contraste entre la naturaleza terrestre que inspira un gran pavor y respeto, con el aparente orden en el que se desenvuelve el cielo. Las preguntas que se hace el hombre prehistórico, cuyas respuestas encuentra en el comportamiento del firmamento, están esencialmente asociadas a la ubicación temporal y espacial de los sucesos. Por ejemplo, cuándo llegarán las nuevas tormentas, cuándo y hacia dónde se producirán las migraciones de las aves y cuándo habrá que guarecerse debido a las inclemencias del tiempo.

Sin comentarios

Escribe un comentario

Abrir chat
Hola 👋
¿En qué podemos ayudarte?