Constelaciones Perdidas
Un aura de fatalismo clásico envuelve las ochenta y ocho constelaciones reconocidas. Pero no nos engañemos. Aunque cuarenta y ocho fueran citadas por Ptolomeo y por lo tanto pueden considerarse con razón clásicas, las restantes han sido inventadas en los últimos siglos. La Cabellera de Berenice fue añadida por Tycho Brahe en 1590. Johannes Bayer agregó once constelaciones, todas ellas representadas en su ornado atlas celestial de 1603. La Corona Austral se añadió en 1679. En 1690 Elisabeth Hevelius, viuda del astrónomo de Danzig Johannes Hevelius, presentó un catálogo con once nuevas constelaciones, entre ellas la del Lagarto y la del Escudo de Sobieski.
Pero muchas constelaciones se han descompuesto. Entre las constelaciones que se han desmenuzado por los cielos están:
– Antínoo. No se trata de una figura mitológica sino de un personaje real. Antínoo iba navegando Nilo abajo en 130 d. C. con su amante, el emperador Adriano, cuando se ahogó, fuese por accidente o como consecuencia de la resolución suicida de cumplir la predicción de un oráculo y salvar a Adriano sacrificándose él. Adriano fundó una ciudad, Antinópolis, en memoria de su amante, y dos décadas después Ptolomeo incluyó Antínoo dentro del Águila. Aparece en un atlas estelar de 1551, catalogada como una constelación de Tycho Brahe… y finalmente fue eliminada de la ciudad celestial.
– Taurus Poniatowski. Inventada en 1777 en honor de Estanislao II Augusto Poniatwski, rey de Polonia, ha quedado incluida en Ofiuco.
– Cierto número de constelaciones técnicas por Johann Bode, entre las que se contaban el Telescopio de Herschel, el Globo, la Máquina Eléctrica y la Imprenta. Estas constelaciones rechazadas podrían parecer demasiado mundanas para que merecieran mencionarlas, pero téngase presentes: los cielos están llenos de constelaciones de esta clase de objetos. Muchos de estos fueron propuestos en 1752 por Nicolas Louis de Lacaille, cuyos mapas de los firmamentos meridionales incluían, entre otras constelaciones aún vigentes, Telescopio, Microscopio, el Escultor, Horno, Octante, Reloj, Bomba de Aire y una poco luminosa constelación, en un primer momento denominada Red Romboidal y hoy conocida como Retículo.
– Noctua el Búho, que desapareció de los mapas del firmamento junto con su predecesora, Turdus Solitarius (el Tordo Solitario).
– Los ríos Tigris y Jordán, que sencillamente nunca cuajaron.
– el Lirio y el Cerbero (una serpiente de tres cabezas y no un perro), rechazadas ambas en el siglo XVII.
– Tarandus (el Reno), una constelación del siglo XVIII.
– Felis el Gato, una constelación recomendada por Joseph Jérôme Le Français de Lalande (“soy muy aficionado a los gatos” se explicó), descrita en Uranographia, el atlas estelar de Bode de 1801, y rechazada por razones incluso hoy incompresibles.
Por último, aunque la mayor parte de los comentaristas se han limitado a esperar que se agregue alguna constelación predilecta a las ya aceptadas, unos pocos tuvieron ideas más grandiosas. En 1688, por ejemplo Erchard Weigel esperaba volver a dibujar los cielos utilizando motivos heráldicos en honor a las familias reinantes en Europa. Pero ningún intento fue tan ambicioso como el de Julius Schiller, un católico comprometido que, poco antes de su muerte, reorganizó las estrellas en:
– Las constelaciones cristianas. Schiller contó con alguna ayuda de Johann Bayer, pero Bayer murió en 1625 y Schiller en 1627, y la responsabilidad del catecismo celeste pasó a Jacob Bartsch, el yerno de Kepler, quien se aseguró de que los nuevos dibujos fueran debidamente publicados. En este plan, Aries se convirtió en san Pedro, Tauro en san Andrés, Orión se metamorfoseó en José, Perseo fue rebautizado en san Pablo, Casiopea pasó a ser María Magdalena, la Osa Mayor se convirtió en la barca de san Pedro, y así sucesivamente.
Ninguna de estas designaciones ha perdurado.
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